Walter Keane, vendería la primera obra pintada por su esposa, pero rubricada como propia, bajo el apellido Keane, en el año 1959. Jamás –en los 106 minutos que dura la película- lo vemos pintar. Sus obras de calles y casas parisinas no son populares y poco a poco -no queda duda- estamos presenciando la doble vida de un artista fracasado, pero ávido de reconocimiento, poder y dinero; anhelos que obtendrá fácilmente, aprovechando la personalidad obediente y sumisa de su talentosa esposa. Pues, si a Walter le falta el talento de la pintura, le sobra el talento de la charlatanería y la habilidad para el marketing.
En definitiva, toca aceptar que “la debilidad de Margaret será la fortaleza de Walter” y desde el punto de vista de responsabilidades ante un público engañado -a ella- con su comportamiento permisivo, le cabe mucha de la responsabilidad de lo ocurrido, porque se responde tanto por acción como por omisión; la realidad es que los dos acudieron a los engaños y artificios -por años- para inducir a error a mucha gente (compradores, medios de comunicación, críticos de arte) protagonistas de la historia que terminaron adorando por más de 25 años a un usurpador.
Esta pareja decidió divorciarse (1965) diez años después de contraer matrimonio y Margaret –más espabilada- reclamó el reconocimiento popular sobre la autoría de sus óleos de niños de ojos grandes. Ante semejante pretensión, Walter negó rotundamente la versión y concedió entrevistas –con su habitual desparpajo y profunda convicción de tener la verdad- descalificando a Margaret y declarando a los medios, no ser cierto que ella fuera la autora de las pinturas.
Ella lo retó a pintar públicamente en la plaza más importante de San Francisco (Estados Unidos) “San Francisco’s Union Square” sitio de eventos públicos y exposiciones de arte, pero él no cumplió la cita, pese a vociferar que era el único que pintaba los cuadros de ojos inmensos y expresivos. Incluso, se atrevió a desafiarla públicamente por mentirosa alegando que ella falseaba la realidad y creyendo en sus adentros, qué una mujer –por mostrar cierta superficialidad para vivir y defenderse- puede quedarse boba hasta la muerte.
Pues no, alejada de la influencia manipuladora de su esposo, ella escuchó otras versiones de la vida y se empoderó de su papel de pintora talentosa; tomó arrestos suficientes y demandó, porque este asunto de la usurpación de su talento, llegó al punto, en el que solo podía resolverlo un juez.
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Efectivamente Margaret demandó y la Corte Federal de Honolulu (Capital de Hawái en los Estados Unidos) después de escuchar las versiones y testimonios de un lado y otro obtuvo más dudas que certezas o mejor dicho no obtuvo certeza de nada. Ella era una Keane como parte de los logros sociales que se adquirían en esa época a propósito del contrato de matrimonio y los cuadros cuya autoría se litigaban, estaban firmados simple y llanamente por Keane. Nadie sabía en ese pleito, cuál de los Keane –él o ella- era el verdadero pintor de los ojos grandes.
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En un “cara a cara” el Honorable Magistrado no supo qué hacer, el abogado de ella argumentaba que no existían testigos del trabajo pictórico de Margaret porque su esposo la encerraba en su atelier –bajo amenaza de muerte- por días, para que pintara, mientras él bebía y atendía medios, actrices y múltiples amigos que gracias a su popularidad no pararon de llegar. El, por su parte, experto relacionista público y hábil comunicador tomó cuidado de conceder en el pasado muchas entrevistas acompañadas de fotos en las que se veía aparentemente pintando a los niños de ojos grandes y por supuesto las adjuntó, como prueba de su talentoso trabajo.
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Unos y otros argumentos y unas y otras pruebas no lograron aclarar el asunto en pleito y el juez decidió recaudar la prueba reina en los estrados. Ordenó traer los materiales necesarios para pintar los óleos y aclarar de plano y sin más trámites el asunto en litigio. Cada una de las partes gozó, por orden del honorable juez, del tiempo suficiente para pintar un niño de ojos grandes y probar ante los miembros del jurado, quien decía la verdad. Pues bien, Margaret pintó en 53 minutos la cara de una niña con expresiva mirada y ojos inmensos y Walter sin bajar la cabeza ni aceptar el reto, argumentó con arrogancia, dolor en el brazo derecho, que le impedía pintar. Así las cosas, el caso quedó resuelto y Walter Keane fue condenado a pagar a su ex esposa, por daños a su reputación y por perjuicios emocionales, la suma de $ 4 millones, que se dijo posteriormente, nunca pagó.
La biografía de Walter Keane dice que el descredito que le sobrevino con todas las implicaciones, lo llevó a la ruina moral y económica y que murió en la miseria convencido se ser el autor de los óleos, en el año 2000. Margaret tiene 88 años y sigue pintando en Hawai, donde vive.