Reflexión de la semana: Defensa de un hombre sin principios. Tomado de la novela “Papá Goriot” de Honoré de Balzac.

 

“En París el hombre honrado es el que se calla y se niega a la parte. No me refiero a esos pobres ilotas que son en todas partes los burros de carga, sin que jamás les recompensen sus trabajos, y a los que yo llamo la cofradía de las chancletas de Dios. Seguro que ahí está la virtud en toda la flor de su idiotez, pero también la miseria. Desde aquí veo la cara que pondría esa buena gente si Dios nos jugase la mala pasada de no aparecer el día del Juicio Final. Así que si quiere usted hacer rápidamente fortuna, tiene que ser ya rico de por sí o parecerlo. Para enriquecerse hay que dar aquí golpes maestros.
 
Si en las diez profesiones que usted puede adoptar se encuentran diez hombres que triunfen en seguida, el público los pone de ladrones. Saque usted la conclusión. Ahí tiene la vida tal y como es. Eso no es más bonito que la cocina, eso hiede lo mismo, y hay que ensuciarse las manos si se quiere guisotear; ahora, que sepa usted limpiarse bien; esa es toda la moral de nuestra época. Si le hablo así del mundo es porque él me ha dado derecho a hacerlo; lo conozco. ¿Y cree usted que lo censuro? Nada de eso. Siempre fue así. Los moralistas no lo cambiaran nunca. El hombre es imperfecto. Es a veces más o menos hipócrita, y los tontos salen diciendo entonces que tiene o no tiene moral.
 
Yo no acuso a los ricos en favor del pueblo. ¡El hombre es el mismo arriba, en medio o abajo! Por cada millón de ese ganado de arriba, se encuentran diez tíos bravos que se ponen por encima de todo, incluso de las leyes, y de esos soy yo. Si es usted un hombre superior, camine en línea recta y con la frente alta. Pero tendrá que luchar con la envidia, la calumnia, la medianía, contra el mundo entero. Napoleón tropezó con un ministro de la Guerra que se llamaba Aubry y tuvo que enviarlo a las colonias. ¡Tómese usted el pulso! Vea si podría levantarse cada mañana con más voluntad que la víspera.
 
Tengo un amigo que me debe favores, un coronel del ejército de Loira que acaba de ingresar en la Real Guardia. Sigue mis consejos y se ha hecho ultrarealista;   no es ningún imbécil de esos que se aferran a sus opiniones. Si aún tengo algún consejo que darle a usted, angelito mío, es el de no aferrarse a sus opiniones ni a sus palabras. Cuando se las pidan, véndalas. Un hombre que se jacta de no cambiar nunca de opinión es un hombre que se impone el marchar siempre en línea recta, un cretino que cree en la infalibilidad. Y no hay principios, sino acontecimientos; no hay leyes, sino circunstancias, y el hombre superior adopta los acontecimientos y las circunstancias para conducirlos. Si hubiese principios y leyes fijos ¿no cambiarían de ellas los pueblos igual que nosotros cambiamos de camisas?”.

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“Papa Goriot”, es una de las novelas más leídas de Honoré de Balzac (1799-1850). Lo interesante de esta novela es que, escrita hace tantos años, nos pone a pensar acerca de la condición humana del hombre actual y de todos los tiempos.
 
Con diáfana claridad identificamos características de personajes de la vida privada y pública de nuestro mundo más inmediato.  El conflicto pasional que se complica con el conflicto económico; el amor mezclado con la ambición; el ansia de “llegar” a pertenecer a como dé lugar a las llamadas “elites”; las ganas de destacarse desatendiendo los principios y las leyes; el todo vale de quienes ansían fortuna a como dé lugar; la vanidad de vanidades en la cual vive la gran mayoría, al interpretar “erróneamente” que es ese y no otro el juego que nos plantea la sociedad para sobresalir; la ambición ingenua, esa que hace cometer errores y tiene llena a la sociedad, de arrepentidos[1]; son situaciones que se describen magistralmente en la novela y que se nos presentan en la mente como fácilmente identificables en la vida  actual.
 
Por otro lado, Papa Goriot, comerciante retirado, hombre humilde y honrado. Alma insulsa, casi vulgar para la clase escogida  “no se sabe por quién” y amoroso padre, capaz de cualquier cosa por hacer posible el sueño de sus hijas -que no es otro qué-, conquistar una posición destacada en la elite de la sociedad parisina. Al finalizar la novela, llegaremos a la conclusión de que tal vez Papa Goriot se equivocó: demasiado amor ciego no sirve. El fin no justifica los medios y haber complacido a las hijas al extremo de convertirlas en un ejemplo claro de la vanidad más impostada y egoísta que nos podamos imaginar, nos duele hasta llorar.
 
Papa Goriot, “es la imagen viva y heroica del padre que, como el pelícano simbólico, se arranca pedazos de entrañas para alimentar a sus crías, sacrificándose hasta la muerte por esas dos hijas frívolas y vanidosas que, casadas con aristócratas de la nobleza y del dinero; se avergüenzan de su plebeyo padre[2]”
 
Y, es que Honoré de Balzac describe lo que cuesta complacer el mundo de ambición y de vanidad que parece dominar la personalidad femenina más  que la masculina, valiéndose de las hijas de Papa Goriot: Delfina y Anastasie.
 
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[1] “Había adoptado aquella vida exteriormente espléndida, pero corroída por todas las tenias del remordimiento, y cuyos fugaces placeres se expiaban con persistentes congojas, y en ella se revolcaba, haciéndose, como el Distraído de La Bruyère, una cama en el barro de la zanja”. Tomado de la novela Papa Goriot.
[2] Rafael Cansinos Asséns.
Modificado por última vez en Sábado, 02 Agosto 2014 12:26
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