A propósito de un Libro

 

 

ACERCA DE UNA CRUEL INSTITUCIÓN “LA ESCLAVITUD EN GRECIA, ROMA Y EL MUNDO CRISTIANO” “Apogeo y ocaso de un sistema atroz” Autor: Ettore Ciccotti.

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Barcelona, Circulo Latino, S.L. Editorial, 2005.
 
Nos encontramos ante una obra de indudable interés, desde el punto de vista histórico y desde el jurídico.
 
El autor escudriña, desde sus más remotos orígenes, el concepto de esclavitud y su profunda raigambre en el mundo antiguo, y se traslada a las épocas de su vigencia dentro de la civilización cristiana, mostrando de una parte la incompatibilidad de la institución con los postulados preconizados por Jesucristo y, de otro lado, la aparente contradicción histórica de su resurgimiento bajo la protección de gobiernos y soberanos que presumían de depositarios exclusivos y únicos defensores de la fe cristiana.
 
Declara sin rodeos que los acontecimientos en desarrollo de los cuales se afirmó la esclavitud en el Nuevo Mundo demuestran cuán poca fuerza tuvieron las consideraciones teóricas de orden religioso, y cuán pronto quedaron vencidos los escrúpulos de la fe al nacer la discordia entre ella y la necesaria adaptación al ambiente económico.
 
Alude igualmente a la guerra, como poderoso instrumento de esclavitud “cuando las condiciones sociales que la han producido, al desarrollarse, desarrollan también aquel estado y multiplican el número de esclavos”.
 
Subraya el íntimo enlace de la acumulación de la riqueza, del modo de producción y de las formas de vida con la verdadera esclavitud, el cual se puede descubrir con claridad en la incompleta y fragmentaria tradición helénica.
 
Agrega la importancia de la tensión entre la riqueza y la pobreza como factor de esclavitud, y manifiesta que el comercio, reavivado y convertido en el principal factor de enriquecimiento, hacía cada vez más corriente el espectáculo de fortunas rápidamente hechas y no menos rápidamente disipadas, llevando gradualmente a la eliminación de todo escrúpulo moral.
 
Recuerda, con Demóstenes, que “se encontraban con relativa frecuencia esclavos empeñados, y esclavos alquilados (…) Con los esclavos dados y tomados en alquiler empieza el fin de una producción hecha directamente en vista del consumo; se anuncia la separación del capital y de la mano de obra, y el siervo tomado a jornal es anuncio y anticipación del libre asalariado”.
 
Recuerda los acontecimientos que rodearon la manumisión de esclavos después del Siglo II A.D.C., mostrando que el aumento de las manumisiones es indicio externo y visible de una crisis de la esclavitud.
 
Pasa revista a la evolución de la esclavitud en Roma, resaltando cómo, en su criterio, Dionisio de Halicarnaso atribuye a la esclavitud en la época antigua una importancia mayor que la verdadera, y que etapas posteriores presencian un incremento de la esclavitud, en el cual tiene incidencia el ánimo expansionista: “en esta lucha trabada con los vecinos y que de cuando en cuando se iba extendiendo, en el que primero se combatía por la existencia y después por el deseo siempre creciente de dominar a los demás, con la conquista de territorios y la apropiación de bienes muebles se infiltraban en la sociedad romana una serie de relaciones cada vez más complejas, y quedaban como estratificados en ella, de un modo siempre más visible, los diversos elementos de la ciudadanía”.
 
El escritor pone de presente que el empleo del dinero se constituyó en un medio de apropiarse del trabajo ajeno, bien indirectamente bajo la forma de interés, bien directamente con la addictio del deudor moroso, convertido temporal o perpetuamente en siervo del acreedor, quien lo empleaba en sus tierras, o lo vendía o cambiaba por un esclavo extranjero. Al respecto anota: “La lex Paetelia es considerada, por Livio y por otros muchos, como la liberación de la plebe, al determinar que los bienes, y no la persona del deudor, eran la garantía del acreedor. Y aun cuando se pudiera creer, como hace algún intérprete siguiendo una hipótesis que repugna a la tradición, que aquella ley se limitaba solamente a modificar la forma antes que el fondo del derecho del acreedor, la addictio debió ser restringida o eliminada, de hecho más que de derecho, por el aumento de la esclavitud, que hacía innecesaria aquella manera de adquirir siervos por las formas de los procedimientos, que hacían más fácil y posible la expropiación del deudor”.
 
Acerca de la Ley de las Doce Tablas, el autor hace énfasis en que, aparte de revelar indirectamente la necesidad de la esclavitud, que crecía con el progreso de las condiciones económicas revelaban que esa necesidad trataba de satisfacerse y que la esclavitud se extendía en la sociedad romana.
 
“En efecto, en ellas encontramos la multa de ciento cincuenta ases por unas heridas a un siervo, y en otra parte la mención de la pena con que se castigaba al siervo ladrón. Existen también disposiciones sobre el statu liber, siervo manumiso condicionalmente, y hacen referencia a aquel peculio que, al irse desarrollando, llega a tener tanta importancia en las condiciones y suerte de la esclavitud; además, se fija la pauta para que la herencia del liberto muerto sin testar pase al patrono, y por último se declara la responsabilidad civil del amo por los delitos del siervo”.
 
Dice que la hegemonía constantemente progresiva de Roma las convertía a ella y a sus clases dominantes en una especie de vampiro que absorbía toda la actividad productora del mundo que dominaba, de tal modo que, a través de botines, tributos, diezmos, adjudicaciones, robos y hasta herencias, “los tesoros de aquel vasto dominio se iban acumulando en las manos de una categoría de personas siempre más reducida (…) Esta desenfrenada emulación de la riqueza, excitada y hecha indispensable por su mismo aumento y concentración, absorbía la pequeña propiedad (…), significaba el monopolio del medio de producción de la tierra y dada la posibilidad siempre mayor de conseguir esclavos, permitía dar a este medio de producción un movimiento casi automático”. “Y de este modo, sobre las ruinas del pequeño predio y de la pequeña propiedad se levantaba el latifundio, y el puesto del labrador lo ocupaba el pastor, y el puesto del libre, el esclavo”.
 
Estudia las leyes sobre la manumisión Fufia Caninia, Aelia Sentia y Junia Norbana, que tenían por objeto moderar o limitar las manumisiones y sus efectos. La primera de las mencionadas dificultaba la manumisión por parte de quien, con un acto de última voluntad, “se despojaba de lo que ya no podía disfrutar”; la segunda sometía al concepto de un consejo (diez caballeros y diez senadores) las manumisiones de esclavos cuyas edades fueran inferiores a treinta años; las que quería conceder, por motivos justos un menor de veinte años, y las concedidas con el rito de la vindicta; y la ley Junia Norbana daba a los manumisos la latinidad, pero no el derecho de ciudadanía.
 
Ciccotti adelanta un detallado estudio acerca de lo ocurrido en tiempo del Imperio Romano, y describe el papel que jugó respecto de la esclavitud la aparición de concepciones sistemáticas como el estoicismo y de corrientes religiosas como el cristianismo: “Este proceso, que como conciencia moral era a menudo vago y oscilante, se presentaba de una manera más concreta como conciencia jurídica, ejerciendo una presión contínua sobre las instituciones y normas legales, obligándolas a transformarse para obedecer a un impulso único que se manifestaba en un doble aspecto: como reflejo de las relaciones reales de la conciencia y por tanto como una necesidad moral, y como necesidad objetiva de asegurar la coexistencia de intereses y relaciones siempre más complejas, impidiendo que chocaran y facilitando su recíproca acción.
 
El derecho, que en las manifestaciones sociales desempeñaba el mismo papel que la vida en el mundo orgánico, es la proporción que hace posible la existencia de elementos diversos y cambia al cambiar los sumandos que componen el agregado social, con su diverso agrupamiento, con todo lo que modifica su acción.
 
El jus gentium era consecuencia necesaria de un inevitable proceso de inducción, que esforzándose en encontrar una regla y un terreno común para hombres de los más diversos países y de las más variadas costumbres, a través de los elementos más accidentales y variables, buscaba y encontraba el fondo común y más estable.
 
El jus naturale era el proyecto de un proceso inductivo más avanzado, que, generalizando las normas del jus gentium y elevándolas a reglas necesarias y absolutas, trataba de determinar las condiciones de la convivencia humana en la forma última y más sencilla, independientemente de las especiales que asumían en los distintos pueblos, y fijando su norma como inherente a la humana naturaleza.
 
La equità, que primeramente, con un sentido instintivo y como una necesidad de equilibrio, había tratado de adaptar las antiguas, rígidas y estrechas reglas producidas por limitadas necesidades a relaciones que surgían de necesidades más vastas y complejas, se iba haciendo más consciente; y al propio tiempo que realizaba elaboraciones teóricas fuera del campo legislativo, en este mismo campo, a veces y no muy raramente de un modo deductivo, desarrollaba hasta sus últimas consecuencias algunos principios inducidos más o menos directamente de las múltiples experiencias, adaptando las nuevas exigencias, sin romper bruscamente con la tradición, con las instituciones del antiguo Derecho Civil y desarrollando su acción hasta unos límites hasta entonces no alcanzados.
 
El Imperio, que constituía el período y el ambiente del más progresivo y más notable desarrollo de esta nueva conciencia jurídica y moral, madurada en los tiempos que prepararon su advenimiento, tenía en su misma organización el instrumento apto para hacer más eficaz y traducir a la práctica aquella metamorfosis moral”.
 
Finaliza su trabajo de la siguiente manera: “La esclavitud no fue abolida por ninguna ley y en la práctica persistió durante largo tiempo como una supervivencia. Lo que constituía el carácter distintivo de la nueva época, la medida de su potencialidad productiva, la forma de su economía, era la servidumbre en lo referente a la agricultura, y en la industria, un modo de producción que oscilaba entre la producción casera y el artesanado.
 
Sobre esta base se apoyaba la sociedad, y en ella tenía sus raíces tanto la diversidad de manifestaciones sociales que constituía su expresión moral como la estructura económica.
 
Por una simple cuestión de inercia, la esclavitud tardaba en desaparecer, pero reducida al simple uso doméstico y convertida en un objeto de lujo alcanzaba a veces mayores proporciones, sobre todo si era alimentada por guerras cuyas características residieran en contrastes de religión o raza, cuando respondía a alguna necesidad real o en caso de ser fomentada por la creciente riqueza. Sin embargo, y a pesar de su aumento, en realidad estaba muerta y privada de una verdadera función social, que el descubrimiento del Nuevo Mundo y el vasto desarrollo comercial echó mano a ella para proporcionar brazos al trabajo, a falta de un proletariado que pudiese suministrarlos; así, volvía a darle un desarrollo extraordinario y renovaba -en cuanto lo permitían el diverso ambiente físico y los nuevos tiempos-, con los horrores, la imagen de la antigua esclavitud.
 
Pero las riquezas acumuladas durante siglos por el trabajo contínuo de aquellos siervos y de aquellos esclavos, los progresos técnicos suscitados por las mismas estrechas condiciones de la producción y realizados lentamente en aquel fatigoso renacimiento de la economía, y por último las fuerzas naturales, cada día más dominadas y mejor empleadas, eran otras tantas causas de las que surgían nuevas condiciones de vida social, a las cuales servían de obstáculo la servidumbre y la esclavitud, y donde se desarrollaban nuevas formas de conciencia moral precursoras de nuevas instituciones.
 
La esclavitud y la servidumbre, ofrecidas en holocausto a una nueva era económica y civil, cedían el campo al salariado, una servidumbre disimulada, un instrumento más elástico y más adaptable a la nueva, gigantesca y prepotente fuerza del capital; pero el salariado estaba destinado, a su vez, a disolverse en un proceso íntimo, análogo al proceso de disolución de la esclavitud y de la servidumbre, y como en aquellos mismos períodos estaba llamado a abrir camino con su misma descomposición a una nueva era, a cuyos umbrales parece que hemos llegado.
 
Es éste un nuevo capítulo que la historia, cada día, en cada país, va escribiendo dolorosamente en la gran página del mundo, en el gran libro del tiempo; y quien vive en el presente y del presente recuerda el pasado y se preocupa por el porvenir; observa, indaga, compara, y tal vez descubre en el presente el pasado, y en el pasado, el porvenir”.
 
Es una obra bien fundamentada, respaldada en documentos históricos, que muestra paulatinamente la evolución del concepto de esclavitud, ubicándola en la civilización helénica, en el sistema romano, a lo largo de diferentes etapas, y en la época del Cristianismo, fase en la cual destaca cuál fue la actitud de los primitivos seguidores de Cristo, las apologías cristianas, la filosofía inspirada en esa religión, y la participación de la Iglesia en la manumisión de los esclavos.
 
Buena parte del análisis está destinado al estudio jurídico, en el plano histórico y en las varias etapas de la institución, y a efectuar un paralelo entre la figura de la esclavitud y los fenómenos económicos y sociales imperantes en las sucesivas sociedades que aceptaron y prohijaron la esclavitud, así como en los momentos en que ella decayó y finalmente desapareció.
 
El estudio del actual concepto de libertad, protegido por las constituciones y las declaraciones y pactos internacionales sobre derechos humanos, no puede divorciarse de la visión histórica, que con objetividad verifique las circunstancias y el entorno social, político, jurídico y económico que prevaleció tanto cuando floreció y llegó a su apogeo la esclavitud como en los varios períodos en que no ha existido, al menos en su forma clásica, o ha presentado modalidades diferentes.
 
Bien se sabe que entre nosotros rigió la esclavitud por muchos años, tanto durante la época de la Colonia como en la etapa de la Independencia, y sólo desapareció, bajo la inspiración y la lucha de José Hilario López, hacia mediados del Siglo XIX.
 
Unas hermosas palabras plasmadas en la Carta Política de 1886 señalaban el criterio de Colombia respecto a esta ofensiva institución: “Art.- 22: No habrá esclavos en Colombia. El que, siendo esclavo, pise el territorio de la República, quedará libre”.
 
La Carta Política de 1991 contempló simplemente en su artículo 17: “Se prohíben la esclavitud, la servidumbre y la trata de seres humanos en todas sus formas”.
 
 
Modificado por última vez en Lunes, 11 Agosto 2014 12:26
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