Leyes y Sociedad: LEYES QUE REGULARON LA VIDA EN SOCIEDAD DURANTE LA ROMA DEL IMPERIO. Destacado

Las calles y la circulación de las personas en el Imperio Romano: “Anarquía de unas calles angostas, sinuosas y torcidas como si hubieran sido trazadas sin regla. En términos generales, y hasta el final del Imperio, las calles de Roma constituyeron un amasijo informe antes que un sistema racional de comunicaciones”.

La ley de las Doce Tablas estableció -en un comienzo- que las calles de Roma tuvieran una anchura de 16 pies, o lo que es igual, 4,80 metros. No obstante, las calles de la ciudad no alcanzaron esta anchura mínima y muchas eran, en realidad, simples pasajes o senderos de 2,90 metros de ancho.
 
“Al inconveniente de su estrechez se sumaba su disposición zigzagueante, ya que subían y bajaban a lo largo de las marcadas pendientes de las “siete colinas” –de aquí el nombre de ‹‹rampas›› o clivi que recibían muchas de ellas: clivis Capitolinus, clivis Argentarius, etc. Por último, las calles romanas eran generalmente lodazales sembrados de desperdicios que los vecinos arrojaban desde las insulae[1] de modo que no estaban ni lo limpias que César había ordenado según la ley póstuma ni, como él deseara, provistas de aceras y pavimentadas.
 
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Repasemos el célebre texto grabado en bronce en la tabla de Heraclio. En un tono conminatorio, César insta a los propietarios de los edificios que bordean la vía pública a que limpien la zona correspondiente a sus muros y su puerta principal, y al edil encargado de la jurisdicción del barrio, a paliar eventuales carencias encargando esta tarea a un licitador elegido en concurso público, al que habría de pagársele un precio fijado de antemano en pública subasta. Advierte a aquellos que transgredieran la ley, que serían sancionados a pagar la cuantía de estas prestaciones más un recargo de la mitad de la multa a la menor demora. La orden es imperativa y la sanción despiadada; pero, por ingenioso que nos parezca este mecanismo jurídico, el procedimiento entrañaba demoras –de al menos diez días- que la mayoría de las veces lo hacían ineficaz.
 
(…)
En cuanto a las aceras, es imposible que aquellas calles invadidas por la marea creciente de puestos y tenderetes las tuvieran antes del edicto de Domiciano al que se alude en un epigrama: ‹‹Gracias a él, ya no se ven pilares rodeados de botellas atadas. Ya no hay figoneros rodando por la vía pública. Los barberos, taberneros, asadores o carniceros ahora se instalan en su propio umbral. Por fin existe Roma donde antes solo existía una inmensa tienda››[2]
 
Pero ¿tuvo el mencionado edicto un efecto duradero? No deberíamos poner la mano en el fuego. No obstante, si la voluntad de un emperador despótico no consiguió la retirada de los puestos callejeros durante el día, ésta se producía de modo natural al anochecer”.
 
La ciudad de Roma quedaba a oscuras en la noche, no había lámparas que iluminaran las calles y se tornaba peligrosa. Por lo tanto, los ciudadanos romanos se metían temprano en sus casas, cerrando las puertas. “Cuando los ciudadanos ricos se veían obligados a salir, iban acompañados por esclavos que llevaban antorchas para iluminar y proteger su camino”. Según Juvenal “era exponerse a ser tachado de negligente por salir sin haber hecho previamente testamento”.
 
Constancia de este horror nocturno, se encuentra en la lectura del Digesta[3]: “el prefecto Vigiles promete vengarse de los asesinos (sicarii), atracadores (efractores) y agresores de toda índole (raptores) que abundan en la ciudad, para terminar diciendo que en sus tenebrosos vici, donde, en la época de Sila, Roscius de America fue asesinado al salir de una cena, ‹‹muchas desventuras había que temer››”.
 
Cesar en su ley póstuma, ordenó que en la noche circularan las bestias de carga, los carreteros y los convoyes de provisiones teniendo en cuenta que el tránsito de éstos en horas del día, constituía –por la estrechez de las calles- un peligro para los ciudadanos. Desde el amanecer no se permitía el tránsito de estos vehículos por las calles y si no habían podido retirarse debían permanecer vacíos y estacionados. “Solo había cuatro excepciones a esta regla inflexible. Las tres primeras hacían referencia a ocasiones excepcionales: en los días de ceremonias solemnes, se permitía el tránsito de los carros de las Vestales, del Sumo Oficiante y de los Flamines; los días en que se celebraba un triunfo, a los carros necesarios para conmemorar la victoria; y los días de juegos públicos, a los vehículos que requerían esta celebración oficial. La cuarta es una excepción a perpetuidad, y alude a los carros de los constructores encargados de demoler una vivienda en mal estado para reconstruirla más habitable y bella”.
 
(…)
 
“Sería un error creer que la legislación de César no le sobrevivió, que los ciudadanos, más tarde o más temprano, infringieron las draconianas disposiciones a su antojo y conveniencia. La férrea mano del dictador proyectó su sombra sobre los siglos venideros; los emperadores que le sucedieron no libraron a los romanos de las duras reglas a las que se les había sometido en interés de la colectividad. Al contrario, a fuerza de imponerlas, las consagraron y las reforzaron. Claudio extendió estas normas a todos los municipios italianos; Marco Aurelio, a todas las ciudades del imperio, fuere cual fuere su estatuto municipal; y, entretanto, Adriano limitó el número de vehículos de tiro y reguló el peso de la carga de las carretas que entraban en la ciudad”-.
 
 
Tomado del Libro "LA COTIDIANA EN ROMA EN EL APOGEO DEL IMPERIO" escrito por Jerome Carcopino. 
 
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[1] La costumbre de tirar la basura en la puerta de los edificios ha subsistido en Roma hasta 1870.
[2] MARCIAL. VII, 61.
[3] El Digesto (Pandectas en griego, Digestum en latín), es una obra jurídica publicada en el año 533 d. C. por el emperador bizantino Justiniano I.
Modificado por última vez en Miércoles, 08 Octubre 2014 10:24
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