Personajes: Emiliano Zapata

 
Cuando el agente estadounidense Duval West fue a Tlaltizapán a entrevistar a Emiliano Zapata, lo encontró en un viejo molino de arroz, sentado en el suelo, bebiendo cerveza y discutiendo con sus compañeros de armas sobre gallos de pelea y caballos de raza. Corría el año 1915 y aunque Zapata era uno de los más importantes caudillos y jefes de la Revolución, seguía viviendo sencillamente, como cualquier otro campesino, apegado a sus costumbres y lejos de boato y del lujo. 
 
En Tlaltizapán tenía su cuartel general, su casa, su compañera y sus hijos. Por las tardes iba hasta la plaza del pueblo y se quedaba allí, hablando con los campesinos y fumando. Todos le llamaban Salvador y Padre y lo adoraban como a un santo. Fue allí, en Tlaltizapán, donde Zapata vivió sus momentos de máxima gloria y concretó en los hechos su pensamiento cuando aplicó su programa revolucionario en todo el estado de Morelos. “Cree -dijo West en un informe que escribió después de hablar con él-, que es justo que la propiedad de los ricos le sea entregada a los pobres”. Esa fue la pasión de su vida y la causa de su muerte. Luchó por ello más de diez años y todo lo que pidió para sí mismo fue un pedazo de tierra al pie de un cerro, para construir allí una tumba colectiva para él y algunos de sus líderes. Poseía un insaciable apetito de justicia y se obstinó siempre en permanecer al margen de toda conciliación y acuerdo con los enemigos de la Revolución, los políticos ambiciosos y los militares corruptos.
Hacia el final de su vida se fue quedando sin más aliados que sus guerrilleros y peleó con ellos, con sus mujeres y sus hijos, contra todos y contra todo, hasta que lo acribillaron a balazos en una celada y exhibieron su cadáver como el de una fiera salvaje mientras todo México lloraba. 
 
Mestizo, fuerte, inteligente y audaz, tirador certero, jinete consumado, bailarín y enamorado, gustador de los puros, el coñac, los caballos y las corridas de toros, elegante, siempre pareció haber nacido para ser lo que fue: líder, agrarista, guerrillero, estadista y dirigente político, llegó mucho más allá de lo que sus enemigos hubiesen querido pero no hasta donde pudo haber llegado.
Arañó con Pancho Villa el poder total pero lo perdió. Pudo convertirse también con Villa, en uno de los indiscutibles rectores del destino de América Latina pero lo asesinaron para que no lo fuera. No fue infalible, cometió por supuesto errores. Se perdió a veces en la maraña urdida por los políticos profesionales, en ocasiones se mostró excesivamente receloso con eventuales aliados y en otras se confió demasiado. Fue traicionado una y mil veces, pero nunca traicionó. Fue perseguido con saña inaudita pero fue magnánimo con el enemigo vencido. Cuando se equivocó, no lo perdonaron. Cuando acertó, lo calumniaron. Cuando triunfó, lo atacaron. Los campesinos estuvieron siempre de su parte pero cinco presidentes lo combatieron hasta aniquilarlo. Fue considerado alternativamente bueno y malo. Revolucionario auténtico y delincuente y al final, como los hechos demostraron qué era en realidad, se convirtió en un estorbo y lo mataron.
 
Tenía un carácter fuerte y eso lo hizo ser inflexible muchas veces en que no debió serlo. Estaba tan seguro de lo que pensaba y de lo que quería que olvidó o desestimó consejos oportunos y ayudas necesarias.
 
Se formó en la lucha, sin mucho tiempo para avanzar todo lo que él quería. No obstante, derramó talento y astucia, asombro y clarividencia. Muchos encontraron su inteligencia clarísima y vio siempre con extrema claridad la esencia de las cosas.
 
Fue con Villa, uno de los centros fundamentales de la Revolución de 1910 y también uno de los precursores. Cuando Francisco Indalecio Madero inició su movimiento, Zapata y Villa ya estaban peleando contra las expresiones más ominosas del régimen de Porfirio Díaz y de los señores de la tierra. Su participación en la rebelión contra Díaz –como la de Villa- aportó al proceso una sustancia ideológica radicalizadora. En el sur, como ocurrió también en el norte, la insurrección culminó con un deseo de implantar cambios económicos, sociales y políticos revolucionarios y Zapata fue uno de los promotores fundamentales de esa profundización. Después cuando el movimiento insurreccional liderado por Madero se perdió en el azaroso mar de la institucionalización, siguió empuñando las armas en defensa de sus ideales revolucionarios que eran los del pueblo. Admirado por eso en México, fue también ejemplo y modelo para los campesinos de toda América Latina, que lo erigieron en el símbolo de una lucha que siempre fue la misma desde el Río Grande hasta la Patagonia. En México, la esencia de esa lucha tuvo en Morelos características peculiares que imprimieron muy especial significado al Movimiento Zapatista. Al contrario de lo que ocurría en el norte, donde casi todos los campesinos eran peones de tierras ajenas, en el sur la Revolución se dio para avanzar volviendo al pasado. Los hombres y las mujeres de Morelos, lucharon para recuperar las tierras que les habían arrebatado los conquistadores primero, y los hacendados después. Eran según John Womack Jr unos campesinos que no querían cambiar y que por eso mismo hicieron una  Revolución, nunca imaginaron un destino tan singular, lloviera o tronase, llegaran agitadores de fuera o noticias de tierras prometidas fuera de su tierra, lo único que querían era permanecer en sus pueblos, en sus aldeas, puesto que en ellos habían crecido y en ellos, sus antepasados con centenas de años, vivieron y murieron, en ese diminuto estado de Morelos, del centro sur mexicano.
 
Sucedió que los hacendados, herederos del régimen colonial, se dispusieron hacia mediados del siglo XIX a ampliar sus posesiones y para hacerlo se lanzaron contra las tierras que durante siglos habían pertenecido a los campesinos. Las haciendas crecieron gracias al despojo, eso promovió conflictos y cuando la Revolución estalló, todo lo que querían los campesinos era recuperar sus tierras, por eso lucharon. Y fue en esa lucha, como los objetivos primarios se fueron enriqueciendo y la convicción de que las riquezas debían ser para todos y no para unos pocos, se fue generalizando. Entre una y otra instancia surgió, se desarrolló y se consolidó la figura de Zapata, sobre él y sobre las características de su lucha se escribió mucho desde entonces. 
 
Hoy es posible relatar su verdadera historia, llenar los vacíos, encontrar la verdad, gracias a estudios recientes, algunos no publicados aún y muchos de los cuales se recogen en libros como el publicado en ciudad de México, Emiliano Zapata, escrito por Paulina García Morales.
 
La Voz del Derecho

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