Personajes: Platón

 

PERSONAJES- PLATÓN

 
Sobre un texto de Ralph Waldo Emerson 
 
“En toda la literatura, solamente a Platón se le puede aplicar con justicia el elogio fanático de Omar al Corán cuando dijo: “Quemad las bibliotecas, pues todo su valor está contenido en este libro”. Sus máximas contienen la cultura de las naciones, son la piedra fundamental de las escuelas, la fuente principal de las literaturas. Hay en ellas lógica, aritmética, buen gusto, simetría, poesía, lenguaje, retórica, ontología, moral y sabiduría práctica. Nunca hubo especulaciones tan sublimes. De Platón proceden todas las cosas de que todavía escriben y discuten los pensadores. (…) Con Platón alcanzamos la cumbre de la montaña de que se han desprendido todos esos cantos rodados. Ha sido la Biblia de todos los hombres cultos durante veintidós siglos. Todos los hombres de talento que han dicho sucesivamente cosas bellas a sus generaciones mal dispuestas para oírlas –Boecio, Rabelais, Erasmo, Bruno, Locke, Rousseau, Alfieri, Coleridge- han sido lectores de Platón que han trasladado a su lengua vernácula, ingeniosamente, las cosas buenas que han aprendido de él. Aun los hombres más grandes sufren cierta disminución por la desgracia (…) de haber llegado después de ese generalizador que agota todos los temas. San Agustín, Copérnico, Newton, Behmen, Swedenborg, Goethe, son igualmente sus deudores y tienen que expresarse de acuerdo con él. Pues es justo atribuir al más grande generalizador todas las particularidades que pueden deducirse de su tesis.
Platón es la filosofía y la filosofía es Platón. Es a un mismo tiempo la gloria y la vergüenza de la humanidad, puesto que ni sajones ni romanos han sido capaces de añadir una sola idea a sus categorías. No tenía esposa ni hijos, pero los pensadores de todas las naciones civilizadas constituyen su posteridad y son el fruto de su inteligencia. ¡Cuántos grandes hombres da a luz incesantemente! La naturaleza para que sean sus hombres, para que sean platónicos: los aleejandrinos, constelación de genios; los isabelinos, no menos geniales; Sir Thomas More, Henry More, John Hales, John Smith, Lord Bacon, Jeremy Taylor; Ralph Cudworth, Sydenham, Thomas Taylor; Marcilio Ficino y Pico de la Mirandola. En su Fedón está el calvinismo. También está el cristianismo. El mahometismo extrae toda su filosofía de ese manual de moral; de él procede el Akhlak-y-Jalaly. El misticismo halla en Platón todos sus textos. Ese ciudadano de una ciudad de Grecia no es aldeano ni patriota. Un inglés lee sus obras y dice: “¡Cuán inglés es esto!”; un alemán: “¡Cuán teutónico!”; un italiano: “¡Cuán romano y cuán griego!” Así como se dice de Helena de Argos que poseía una belleza universal con la que todos se sentían vinculados, así Platón parece tener para un lector de Nueva Inglaterra un genio americano. Su amplia humanidad trasciende toda línea divisoria.
 
Esta amplitud de Platón nos instruye sobre lo que debemos pensar con respecto a la debatida cuestión de las obras que se le atribuyen. Es singular que siempre que hallamos un hombre que sobresale entre sus contemporáneos entramos seguramente en dudas con respecto a cuáles son sus verdaderas obras. Así acontece con Homero, Platón, Rafael, Shakespeare. Porque esos hombres magnetizan de tal manera a sus contemporáneos que éstos pueden hacer por ellos lo que no pueden hacer por sí mismos; y el gran hombre vive así en varios cuerpos y escribe, o pinta, o actúa por medio de muchas manos, y al cabo de algún tiempo ya no es fácil decir cuál es la obra auténtica del maestro y cuál meramente pertenece a su escuela.
 
También Platón, como todos los grandes hombres, absorbió toda su época. ¿Qué es un gran hombre sino el que posee grandes afinidades, el que se hace cargo de todas las artes, las ciencias, todo lo cognoscible, como su propio alimento? Nada puede desperdiciar, puede disponer de todo. Lo que no es bueno para la virtud es bueno para el conocimiento. De aquí que sus contemporáneos le tachen de plagiario. Pero solamente el inventor sabe tomar prestado y la sociedad olvida de buen grado a los innumerables trabajadores que sirvieron a ese arquitecto y reservan para él todo su agradecimiento. Cuando elogiamos a Platón parece que elogiamos textos de Solón, de Sofrón, de Filolao. Puede ser. Todo libro es una cita y toda casa es una cita de todos los bosques y  minas y canteras, y todo hombre es una cita de todos sus antepasados y este inventor codicioso puso a contribución a todas las naciones.
 
Platón absorbió todas las doctrinas de su época: las de Filolao, las de Timeo, las de Heráclito, las de Parménides y de otros; luego la de su maestro Sócrates, y como se sentía todavía capaz de una síntesis más amplia –más allá de todos los ejemplos existentes hasta entonces o que han existido luego- viajó por Italia para adquirir lo que Pitágoras le tenía reservado; y más tarde por Egipto, y acaso más al Oriente, para importar en la mente europea el otro elemento que necesitaba Europa. Este aliento le capacita para constituirse en el representante de la filosofía. Dice en La República: “El genio que necesita un filósofo rara vez se encuentra, en todas sus partes, en un solo hombre; sus distintas partes surgen generalmente en diferentes personas”. Todo hombre que quiere hacer algo bien debe acercarse a ello desde la posición más elevada. Un filósofo debe ser algo más que  filósofo. Platón está revestido de facultades poéticas, ocupa el lugar más alto del poeta y (aunque dudo de que careciese del don decisivo de la expresión lírica) no es principalmente un poeta porque utilizó sus dotes poéticas con propósitos ulteriores.
 
Los grandes genios tienen las biografías más cortas. Sus parientes nada pueden decir acerca de ellos. Viven en sus escritos y su vida doméstica y pública es trivial y común. Si queréis conocer sus gustos y su carácter encontraréis que quien más se les parece es el más admirador de sus lectores. Platón, especialmente, carece de biografía externa. Si tuvo amigos, esposa o hijos, nada sabemos de ellos. Los eclipsa a todos con su genio. Así como una buena chimenea consume su propio humo, así también un filósofo convierte el valor de todos sus bienes en hazañas intelectuales.
 
Nació en el año 430 antes de Cristo, hacia la época de la muerte de Pericles; estaba vinculado con los patricios de su época y de su ciudad y se dice que en su juventud tenía vocación guerrera; pero a la edad de veinte años, habiendo conocido a Sócrates, renunció pronto a aquel propósito y fue durante diez años su discípulo, hasta la muerte de Sócrates. Luego fue a Megara, aceptó las invitaciones de Dión y de Dionisio para que fuera  a la corte de Sicilia, y aunque fue tratado caprichosamente acudió allá en tres ocasiones. Viajó por Italia; luego marchó a Egipto, donde permaneció largo tiempo: algunos dicen que tres años y otros dicen que trece. Se dice que fue más lejos, hasta Babilonia, pero nada se sabe de cierto. A su regreso a Atenas dio lecciones en la Academia  a los que había reunido allí su fama, y murió, por lo que sabemos, mientras se hallaba escribiendo, a los ochenta y un años.
 
Empero la biografía de Platón es interna. Debemos explicar la suprema elevación de este hombre en la historia intelectual de nuestra raza; cómo sucede que, en proporción con la cultura de los hombres, éstos se convierten en sus discípulos; que, así como la Biblia de los judíos se ha implantado en la conversación y en la vida doméstica de todos los hombres y mujeres de las naciones europeas y de las americanas, así también los escritos de Platón han preocupado a todas las escuelas, a todos los amantes del pensamiento, a todas las iglesias, a todos los poetas, haciendo imposible pensar con cierta altura sino por medio de ellos. Platón está situado entre la verdad y la inteligencia de cada hombre y casi ha estampado su nombre y su sello en el idioma y en las formas primarias del pensamiento. Al leerle, me sorprende la extremada modernidad de su estilo y de su espíritu. Aquí está el germen de esa Europa que tan bien conocemos, con su larga historia en las artes y en las armas; aquí están todos sus rasgos, ya discernibles en la inteligencia de Platón, y en ninguna otra antes de él. Desde entonces se ha desparramado en cien historias, pero no ha aportado ningún elemento nuevo. Esta perpetua modernidad es la medida del mérito en toda obra de arte, pues su autor no se ha dejado impresionar por nada local o caduco, sino que se ha inspirado en lo universal y eterno. El problema que tenemos que resolver es cómo llegó Platón  a ser Europa y la filosofía y casi la literatura.
 
Esto no habría podido suceder si él no hubiera sido un hombre recto, sincero y universal, capaz de honrar a un mismo tiempo al ideal, o sea a las leyes de la inteligencia, y al destino, o sea el orden de la naturaleza. El primer período de una nación, como el de un individuo, es el período de la fuerza inconsciente. Los niños gritan, lloran y patalean con furia, incapaces de expresar sus deseos, tan pronto como pueden hablar y manifestar sus necesidades y la razón de las mismas, se apaciguan. En la edad adulta, mientras las percepciones son obtusas, hombres y mujeres hablan con vehemencia y exageración desatinan y se querellan; sus modales están llenos de desesperación, su lenguaje lleno de juramento. Tan pronto como la cultura les aclara un poco las cosas y ya no las ven en montones y masas, sino distribuidas ordenadamente, renuncian a aquella débil vehemencia y exponen su pensamiento con exactitud. Si la lengua no estuviera formada para la articulación de los sonidos el hombre sería todavía un animal salvaje. La misma debilidad y la misma necesidad, en un plano superior, se presenta diariamente en la educación de los jóvenes impacientes de ambos sexos. “¡Ah! Usted no me comprende; todavía no he encontrado a nadie que me comprenda”. Y suspiran y lloran, escriben versos y se pasean solos, faltos de poder para expresar con precisión su pensamiento. En uno o dos meses, gracias a la ayuda de su buena suerte, se encuentran con alguien lo bastante afín para ayudarles en su estado volcánico, y una vez establecida entre ellos esa relación favorable se convierten en adelante en buenos ciudadanos. Así sucede siempre.  El progreso va desde la fuerza ciega hacia la exactitud, la destreza, la verdad.
 
Hay un momento en la historia de todas las naciones en que, al salir éstas de su ruda juventud, las facultades de percepción alcanzan su madurez, sin que todavía se hayan hecho microscópicas, de modo que el hombre, en ese instante, se extiende a lo largo de toda la escala de la naturaleza, y con sus pies fijos todavía en las fuerzas inmensas de la noche conversa, por medio de sus ojos y de su cerebro, con el mundo del sol y las estrellas. Ése es el momento de la salud en el adulto, la culminación de su potencia mental.
 
Tal es la historia de Europa en todos sus aspectos, incluso en el de la filosofía. Sus documentos más primitivos, que casi han desaparecido, se refieren a las inmigraciones procedentes del Asia, que trajeron consigo los sueños de los barbaros. Era todo ello una confusión de crudas nociones de moral y de filosofía natural que fueron desapareciendo gradualmente gracias a la intuición parcial de nuestros maestros individuales.
 
Antes de Pericles aparecieron los Siete Sabios y con ellos los comienzos de la geometría, de la metafísica y de la ética; luego aparecieron los parcialistas, que creyeron hallar el origen de las cosas en el agua, en el aire, en el fuego o en el pensamiento. Todos ellos mezclan con esas causas la mitología. Finalmente aparece Platón, el distribuidor, quien no necesita de pinturas bárbaras, ni de tatuajes, ni de gritos, pues puede definir. Deja para el Asia lo vasto y lo superlativo; con él llegan la exactitud y la inteligencia. “Será para mí como un Dios quien puede dividir y definir rectamente.”
 
Este definir es la filosofía. La filosofía es la explicación que la mente humana se da a sí misma de la constitución del mundo. En la base de esa explicación hay dos hechos cardinales: la unidad y la dualidad. 1)  Unidad o identidad; y 2) Variedad. Unimos todas las cosas mediante la percepción de la ley que las anima, mediante la percepción de las  diferencias superficiales y de las semejanzas profundas. Pero todos los actos mentales, esa misma percepción de la identidad o unidad, reconocen la diferencia de las cosas. Unidad y diferencia. Es imposible hablar o pensar sin abarcar a ambas.
 
La mente se ve impulsada a buscar la causa única de muchos efectos, luego la causa de aquella causa, y otra vez la causa de esta causa, profundizando más cada vez, segura de que llegará a una causa absoluta y suficiente, a una causa que será todas las causas. “En el centro del sol está la luz, en el centro de la luz está la verdad, y en el centro de la verdad está el ser imperecedero”, dicen los Vedas. Toda filosofía del Oriente o del Occidente, tiene el mismo carácter centrípeto. Impulsada por una necesidad opuesta, la mente torna de lo uno a lo que no es uno sino otro o muchos; de la causa al efecto, y afirma la existencia necesaria de la variedad, la existencia de ambos por sí mismos, en cuanto el uno está envuelto en el otro. El problema del pensamiento consiste en separar y reconciliar esos elementos rigurosamente mezclados. Su existencia es  mutuamente contradictoria y exclusiva, y el uno se convierte en el otro con tanta facilidad y presteza que no podemos decir cuál es el uno y cuál es el otro. Proteo es tan ágil y rápido en lo más alto como en lo más bajo, tanto cuando contemplamos la unidad, la verdad, la bondad, como cuando observamos la superficie y los límites de la materia.
 
En todas las naciones hay inteligencias que se inclinan a vivir en el concepto de la Unidad fundamental. Los arrobamientos de la oración y el éxtasis de la devoción reducen todo ser a un Ser. Esta tendencia halla su más alta expresión en los escritos religiosos del Oriente, y principalmente en las Escrituras de la India, en los Vedas, en el Bhagavat Ghita y en el Vishnu Purana. Esos escritos contienen poco más que esa idea y al celebrarla se elevan hasta convertirse en cantos puros y sublimes.
 
El mismo es el mismo. El amigo y el enemigo están hechos de la misma materia. El arador, el arado y el surco son de la misma materia y esa materia es tal que las variaciones de la forma carecen de importancia. “Eres idóneo -dice el Supremo Krista a un sabio- para comprender que no eres distinto de mí, lo que soy yo eres tú, y eso mismo es tu mundo con sus dioses, sus héroes y su humanidad. Los hombres contemplan distinciones porque los hace torpes su ignorancia. Las palabras yo y mío constituyen ignorancia. Ahora aprenderás de mí cuál es el gran fin de todo. Es el alma, una en todos los cuerpos, trascendente, uniforme, perfecta, prevaleciente sobre la naturaleza, exenta de nacimiento, de crecimiento y de decadencia, omnipresente, hecha de verdadero conocimiento, independiente, sin relación con lo irreal, con el nombre, la especie y todo lo demás en los tiempos pasados, presentes y venideros.
 
El conocimiento de que este espíritu que es esencialmente uno, está en uno mismo y en todos los demás cuerpos, es la sabiduría del que conoce la unidad de las cosas. Así como el aire al pasar a través de los agujeros de una flauta se convierte en las diferentes notas de la escala, así también la naturaleza del gran espíritu es única, aunque sus formas sean múltiples, derivadas de las consecuencias de los actos.”
Platón percibía los hechos cardinales. Podía postrarse en tierra y cubrirse los ojos mientras adoraba lo que no puede ser numerado, ni medido, ni conocido, ni nombrado. Aquello de lo cual todo puede afirmarse o negarse, aquello que es ser y nada, él lo llamaba súper esencial hasta estaba dispuesto como en el Parménides, a demostrar que era así, que ese ser excede los límites de la inteligencia. Ningún hombre conoció más completamente lo inefable. 
Habiendo rendido homenaje en nombre de la raza humana a lo inimitable, se mantuvo erguido y en nombre de la raza humana afirmó: “No obstante las cosas, son cognoscibles”. Así, lleno del genio de Europa, pronunció la palabra cultura. Estudió las instituciones de Esparta y reconoció  -se podría decir que más genialmente que nadie desde entonces- las esperanzas que se pueden poner en la educación. Se deleitaba en toda realización, en toda hazaña bella, útil y auténtica y sobre todos en los esplendores del genio y en la perfección intelectual. 
Pronunció la palabra cultura pero primero admitió su principio fundamental y desmesuradamente concedió el primer lugar a las ventajas de la naturaleza. Sus gustos patricios hacen hincapié en las distinciones del nacimiento, en la doctrina del carácter y de la índole orgánica, está el origen de la casta. Habló de cultura, habló de naturaleza y no dejó de añadir: también existe lo divino, no hay pensamiento que no tienda a convertirse rápidamente en una fuerza y no organice una inmensa agenda de recursos. 
Platón amante de los límites, amaba lo ilimitado. Advirtió la liberación y la nobleza que se derivan de la misma verdad y del mismo bien e intentó en nombre del intelecto humano de una vez por todas rendirles el debido homenaje. Homenaje digno del alma inmensa que lo recibía y de la inteligencia que lo ofrecía. Decía en consecuencia, nuestras facultades se derraman en lo infinito y desde allí vuelven a nosotros, apenas podemos definirlo pero es un hecho que no debemos olvidar porque cerrar los ojos ante él, es un suicidio. Todas las cosas están escalonadas y por cualquier parte que comencemos tenemos que ascender y ascender. Todas las cosas son simbólicas y lo que llamamos resultados no son más que comienzos.
 
(…)
 
 
Modificado por última vez en Martes, 16 Septiembre 2014 09:20
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